Este año el grupo al completo había decidido soltarse el cinturón, muy a pesar de los tiempos zapateriles que corren, fijando miras en la isla de Coëtivy, Seychelles, destino tropical estrella del año 2010. Eso es lo que se desprendía de las impresionantes capturas realizadas por los compañeros que allí se habían desplazado el año pasado, y no queríamos ser menos. Los preparativos no se hicieron esperar y to kisqui radiaba ilusión hasta que un par de meses antes de la expedición se nos informaba de la imposibilidad de pescar en el punto del Índico elegido. Los piratas somalís rondaban por el barrio, denegándose las licencias de pesca a todo chárter de pesca cuya tripulación no pernoctara en tierra. Desencanto generalizado y cambio rápido de planes. El atolón de Farquhar salía a escena como moneda de canje, y pese a que ninguno de nosotros disponía de testimonio alguno sobre este emplazamiento, todo hacía indicar que estos bajíos a 200 km de Madagascar y 770 km de Mahé, isla más grande de Seychelles, prometían muy mucho, máxime teniendo en cuenta que nadie antes había meneado un hierrito en sus arrecifes.

Llegada a Farquhar. Contra viento y marea.
Los días previos al inicio de la aventura fueron muy duros. El ciclón «Bingiza» y varias depresiones tropicales se habían instalado en el área del Océano Índico en cuestión, siendo los pronósticos meteorológicos para nuestra semana sumamente catastrofistas. El grupo avanzadilla que allí se había desplazado una semana antes daba fe de ello, y eso que las ráfagas de fuerte viento aún estaban por llegar…
Con este ánimo y «cuerpo rata» aterrizamos por fin en la pista de tierra de Farquhar, después de tres trasbordos y un largo trayecto de no menos de 24 horas. Allí se encontraban listos para su regreso los pescadores de la cuadrilla inaugural, cuyos rostros curtidos no desprendían un estado de felicidad plena. No obstante, sus comentarios certificaban las amplias posibilidades de pesca en el lugar, incluso en las aguas someras y protegidas de la laguna interior, donde meros, Gts y demás especies se encontraban también presentes. Hasta entonces, solo sabíamos de la captura de un diente de perro adimensionado y de un tiempo adverso con mucho chaparrón.
Después de un corto e interesante paseo en tractor por el palmeral (la próxima no dudo en sacarme un seguro de rotura de cráneo por desprendimiento de coco), llegamos al campamento base, una equipada casa de huéspedes compartimentada en 5 dormitorios dobles con baño y salón-tertulia con sus correspondientes splits de a/a. Un cenador techado, un taller, una tiendita de consumibles de 1ª necesidad y las chozitas del personal de servicio configuraban el resto del patrimonio inmueble del atolón, amén del casoplón del «sheriff» de la redonda, Elvis, responsable de la compañía gubernamental local (IDC), encargada de gestionar el transporte y la pesca en estos bancos alejados de la mano de Dios. Todo ello ubicado en el punto más protegido de la isla y con vistas a la bonita laguna interior.


PRIMEROS LANCES. POPPEANDO A MERCED DEL TEMPORAL…
Como apenas estábamos cansados de tan largo viaje :-), los guías de FlyCastaway, empresa de gran renombre en el mundillo de la pesca a mosca en destinos tropicales de África y el Océano Índico, pensó que lo que más nos debía apetecer era remojarnos un poco e «intentar» pescar de orilla lanzando contra las olas del arrecife exterior. Así lo hicimos, y después de una relajada caminata de 20 minutos observando cangrejos, corales y bonitos paisajes, llegamos al spot elegido. Pronto nos dimos cuenta que el pescado había que ganárselo. Nada de remilgos; cuerpecitos sumergidos hasta el pecho, carretes subacuáticos y a aguantar estoicamente las embestidas de las olas, que nadie deseaba comenzar el tour con el cuerpo en estado de pérdida. Con este panorama el personal hizo lo que pudo, alguno con más suerte, concretándose unas pocas capturas. Creo que Jóse Arrocito disfrutó de los mejores lances, haciéndose con un par de pejes resultones. Para mí una aguja local…

Después de una larga noche de tormenta, la mañana de la segunda jornada amaneció nublada y con fuertes vientos del noroeste, dejándonos únicamente la opción de pescar a spinning en la laguna, o en el mejor de los casos en alguno de los canales de paso. Para tal efecto disponíamos de un total de 4 embarcaciones, 2 pangas locales patroneadas por jóvenes pescadores locales (IDC) y 2 lanchas de fibra a manos de los skippers de FlyCastaway. Éstos últimos eran decididamente más profesionales y atentos, por lo que se hacía indispensable un sorteo diario de chalupa. Nada mejor que efectuarlo tras la cena matutina con un roncito bien fresquito. El caso es que me tocó iniciar la pesca embarcada en lancha con Juanjo, poniendo ese día toda la tropa rumbo a la zona Sur, junto a los alrededores de la isla de Goelettes. Mientras las pangas machacaban los puntos más someros de los canales, nuestros skippers realizaban derivas mixtas tocando también puntos más profundos de en torno a 8-10 m. El fuerte viento y la marea nos empujaba velozmente hacia los salientes y escollos, poniéndole un poquito de miga al asunto. Aun así, la pesca en la laguna resultaba fructífera y entretenida, con multicolores meros y diferentes especies de trevallies, encabezados principalmente por los potentes Gts. Una pasada deleitarse con los ataques y lances de estos bichejos en tan poca agua. En ocasiones, la tarea de ponerlos en seco era compleja dada la cantidad de corales y setas existentes. Lo mismo ocurría cuando un mero medianote se encaprichaba de tu señuelo. O cerrabas carrete y te cogías los machos, o la pérdida del animal era irreversible.


Otra de las ventajas que disponían las lanchas frente a las pangas estos días de mala mar, era el hecho de poder acceder a los arrecifes de la parte exterior de los canales, zonas mucho más querenciosas y sin duda con un mayor número de especies. Aquí las picadas dobles eran frecuentes y los combates mucho más limpios.


CONTINUA EL TIKI TAKA EN LA LAGUNA
Tal y como apuntaban las predicciones del tiempo, la cola del ya huracán «Bingiza» seguía azotando las aguas del atolón, siendo la mañana de la tercera jornada de pesca la que más agua y viento nos dejó. Misión imposible salir del pantalán. Los compañeros más atrevidos improvisaron un itinerario en bici bajo la lluvia, mientras que el resto del grupo afilamos armas y nos echamos al agua con equipo de snorkel en las mismas roquitas del campamento. Langostas, meros, napoleones y toda clase de peces de coral en apenas 2 metros de profundidad. Acojonante !

Por la tarde el aguacero amainó, pudiendo aprovechar tres horas en los regazos más protegidos de la isla. La pesca consistía en dibujar derivas hasta la misma orilla, siendo normalmente en estos últimos metros donde se concentraba el mayor número de picadas. Rangers y poppers moderados de 60-100 gramos se llevaban claramente la palma. En la caída de la tarde, situados a un par de minutos del embarcadero, dimos con un hot point que nos reportó interesantes lances y bonitas capturas.



La aventura tropical acariciaba su ecuador, y los fuertes vientos de 18-25 nudos del noroeste persistían azotando un día más esta franja del Índico. De nuevo, equipos de spinning parriba y pabajo, y vuelta al lance en horizontal, esta vez en puntos de la laguna orientados hacia el Oeste. Al igual que en las jornadas precedentes, los escenarios de pesca eran básicamente los mismos, con picos de capturas en localizaciones concretas. Por entonces ya intuíamos el tipo de fondo y las tonalidades propias de los depredadores más comunes. De esta forma íbamos barriendo tramo a tramo el interior de la laguna, insistiendo en los sitios que mejor resultado nos ofrecían. La principal dificultad radicaba en poder acceder al perímetro exterior de los canales donde rompían las olas , especialmente en las horas de marea baja. Según los guías, este intervalo era el más adecuado para pescar en estos puestos. Los Gts aprovechan la poca cantidad de agua para cazar sus presas.


Y POR FÍN EL ANSIADO JIGGING. BUSCANDO A MR. DOGGIE EN EL VERGEL
La salida al exterior del canal supuso una bocanada de aire fresco para el personal. Día a día las adversas condiciones no nos lo habían permitido y el ánimo andaba un poco alicaído. De lo que estábamos seguros era de las increíbles posibilidades del lugar, hecho que habíamos constatado en las breves incursiones spinneras realizadas en el perímetro exterior del arrecife. Pero el asunto no era sencillo, el viento seguía soplando del noroeste a 15-20 nudos y teníamos el hándicap de no poder salir de la laguna por el canal principal. Una vez olvidada la idea de pescar en las zonas supuestamente más salvajes del Noroeste, allí donde el grupo anterior se había hecho con un par de perritos de los que quitan el hipo, nuestra única baza consistía en bajar a la zona Sur y salir por algún canal, no antes de haber esquivado las múltiples setas y corales esparramados por el camino. Menudos leñazos se llevaban las colas y hélices de los irrompibles Yamaha enduro, una suerte que aguantaran toda la semana. No nos quedaba otra, o lo intentábamos por este tramo más protegido del Sur-Suroeste, o nos olvidábamos de menear los hierritos en el paraíso.



Pronto nos dimos cuenta de la riqueza de estas aguas. Y eso que las marcas nos las teníamos que currar. Las pangas no disponían ni de gps ni de sonda, y las lanchas de FlyCastaway contaban con una sencilla sonda para tirar del paso. Pero estos detalles a la altura del viaje en la que nos encontrábamos eran pecata minuta.
Aquellos primeros momentos de jigging junto a Víctor fueron al menos inquietantes. A raíz que la embarcación se alejaba de la costa, las olas cobraban importancia. Unas cuantas picadas y la captura de un hermoso Job fish nos animó a seguir subiendo hacia el Norte. Pero el tema se complicaba por momentos; mar duro, walkie sin cobertura y tiburones por todos lados. Una mirada de ceja a ceja bastó para abortar la misión y poner rumbo a localizaciones más al Sur. Allí se encontraban Juanjo y Eugeni, y según las informaciones recibidas vía Walki de su skipper, el ritmo de capturas era bastante alto. La orografía del fondo pasaba rápidamente de 30 a 120 metros, moviéndose los bichejos malos más bien hacia la caída. El primer afortunado que se las vió con un perrito de los buenos fue Eugeni. Después de una larga pelea de unos 20 minutos, salía a flote un cacharro de 1,55 m y unos 60 kilicos de ná. A la postre sería el diente de perro más tocho de la expedición. Juanjo no quiso ser menos y se hizo poco más tarde con otro bueno de unos 35 kilos.


Los últimos días transcurrieron con semejantes itinerarios. Una vez conseguíamos salir de la laguna por los canales de paso del Sur, o bien empezábamos echando unos cuantos lances a popping desde la parte posterior del arrecife, o directamente buscábamos profundidad en los alrededores para darle unas horas a jigging. Lástima que no nos quedara otra que insistir en estos fondos protegidos, una extensión equivalente al 5 % del perímetro del atolón. No obstante, he de reconocer que jamás había pescado en un lugar tan virgen y lleno de vida. Había momentos en los que uno tenía que parar y echar un trago. Incluso en cotas poco profundas de 20-30 metros; meros, napoleones, snappers y un sinfín de especies se encaprichaban de nuestros señuelos. En ocasiones acabábamos saltándonos esta franja con la idea de tener más papeletas de toparnos con el animal.



Los atunes diente de perro de considerables dimensiones no dieron la cara como se esperaba, seguramente debido a una población de los mismos más escasa en esta cara de la isla, si bien se capturaron un buen puñado de ellos en tallas comprendidas entre los 5 y 25 kilos. Con los Gts todo fue diferente, nadie se quedó sin pegarse una paliza con un buen ejemplar por encima de los 20-25 kilos. A jigging, si cabe, los combates eran realmente duros, resultando la ascensión del animal eterna.




Sobre el resto de cuestiones no pesqueriles, destacar las amenas cenas que nos pegábamos todas las noches bajo el porche (mosquitos aparte), en las que nuestro cocinero particular «Criminale» nos deleitaba con ricos asados y pescados de la tierra. Algún atún de aleta amarilla de cosecha propia también cayó al estilo sushi, o vuelta y vuelta macerado en pimienta. Todo ello regado con ricos caldos. Las tertulias con cubata que seguían al refrigerio tampoco tenían desperdicio, encabezadas sin lugar a dudas por el cachondo del «arrocito», un crack en esta materia.
Ahora ya relajaito en casa y con el Jet lag dando paso a la rutina del día a día, uno va echando de menos los momentos vividos, pudiendo asegurar que tuvimos la suerte de pescar en uno de los destinos tropicales más puros y salvajes que existen. Una pena que no se alinearan los astros, permitiéndonos pescar en los spots y batimetrías más querenciosas del atolón.
LOS JUGUETES DE UXIOLURES
No quería acabar sin antes dar las gracias a mi amigo Eugenio por sus magníficas muestras artesanales, las cuales tuvimos la suerte de probar tres compañeros de viaje, todo hay que decirlo, con gran éxito. El stick bait (paseante hundido) de 90 grm nos gustó mucho, así como el popper de 80 grm color fusilier que se llevó el maldito Gt en su primer lance. Ni que contar los efectivos inchikus salto de 280 grm, un caramelo para toda la retahíla de especies del lugar.



